jueves, noviembre 20

Daily solitude, infinite sadness

Llevar diario es una práctica reciente, pero es antigua. Toda la infancia llevé cuenta minuciosa de los días en pequeños y no tan pequeños cuadernos con candados y motivos femeninos. Llavecitas, hojas perfumadas. Ahora se trata de simples cuadernos. Moleskines negros y marrones. Finísimos, transportables. De hojas opacas y rayadas donde cada entrada tiene una fecha y una hora en el caso de ocurrir varias entradas en el mismo día. Allí va quedando, desde hace un tiempo, registro de las impresiones, las acciones y las lecturas. Fragmentos enteros de las cosas leídas.
Pensé mucho, al empezar con los cuadernos, en si modificarían acaso mi recuerdo, después, sobre las cosas realmente sucedidas. Ahora me doy cuenta que en ocasiones me resulta más fácil, sino menos engorroso, leer directamente desde allí en lugar de contar, durante las conversaciones. Pero descubro que la lectura de los cuadernos le deja al interlocutor poco espacio para la réplica. No es que un comienzo aquello haya estado implícito en la práctica, es, en cambio, un resultado que se desprende de ella.
Esta tarde le leí a mi abuela un complejo episodio de las últimas páginas. Ella se limitó a unas lágrimas verdaderas pero no dijo nada, o casi nada, tras mis últimas palabras pronunciadas.
Me pregunto, ahora, en el medio de la noche, en el silencio de la casa, si no corro el riesgo de quedar atrapada, finalmente, en esa especie de mutismo compartido, escuchando sólo esa voz del castellano neutro que me lee a mí misma cada vez que me siento, birome en mano, a enfrentar el peligro de la mala caligrafía.

1 comentario:

nosesilbar dijo...

yo pienso que son valiosos, muy valiosos, se corra el riesgo que sea.

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