Para Lucía
Yo te dije: No sé porqué últimamente las fiestas me entristecen. Y vos me respondiste: Sin el últimamente, me pasa lo mismo. No sabría qué decirte. Entonces escalonamos las salidas. Un éxodo solitario. Un sentimiento compartido. La tristeza nos hace sentirnos fuertes. O débiles ¿Nos sentimos grandes así? Las chicas tristes pueden a subir a un taxi y pedir las direcciones de sus casas mientras se quitan un zapato. Y darse vuelta: por la ventanilla las luces de las avenidas se juntan ¿Tenemos miedo de crecer?
De noche las avenidas son un hilo de asfalto finísimo. Dios es el señor que maneja los semáforos. Cuando está contento las luces amarillas titilan. Entonces el hilo no se corta y la ciudad se mantiene unida en la continuidad de las luces. Todas del color de la cascara del huevo. Adentro, todavía no nos crecen las plumas. No me gustaría ser calabaza en la mano pesada de un gigante. Pero si supiera cantar un lullaby o contar un cuento correría el riego de ser aplastada por el movimiento de las falanges.
Vivir de este lado de la cáscara de la fragilidad ¿me haría indestructible? Una cosa que aprendí: entre ser chicos y ser grandes nos olvidamos las canciones que nos cantaban nuestros papás. Dejamos los libros infantiles en la baulera en una caja. No podemos recordar si crecían o no los arboles hasta el cielo. Nos asusta que no fuera cierto. El peligro: la casa del cíclope ahora puede ser la de cualquier persona que nos intimida. Tenemos miedo de morir de tristeza pero nos gustan los violines porque son trágicos. Y los violinistas porque deberían ser personas tristes. O al menos representar la medida justa del drama. Eso es la belleza.
¿Desdramatizar querrá decir despertar solos? Preguntas, preguntas. El desayuno del domingo es siempre una fusión con la hora del té. Salteamos el almuerzo como los recuerdos. Dormimos hasta tarde porque no queremos tener que recordarnos a nosotras mismas: ayer tuvimos una fiesta. Cuando salto de la cama, el espejo me dice que me asusta la vejez ¿Cosas que me gustan? Los animales, los niños, la música y los libros. En ese orden.
A nuestros amigos los queremos. Son importantes. Pero a veces ahogaríamos todos los cocos en la bañara y nos olvidaríamos del mundo. Soy vertical pero preferiría ser horizontal. Sylvia era bella y era triste. Nosotras apenas quisiéramos caminar por el DF buscando librerías con aire acondicionado donde pasar el rato. Y los días. Y las semanas ¿Nos quedaríamos a vivir? Cosas que quiero: un loro para el hombro, un bastón para los años, brazos fuertes para remar lejos.
domingo, septiembre 21
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Archivo del blog
-
▼
2008
(39)
-
▼
septiembre
(11)
- Los días lejos de la voz/Para FranciscoSi decimosa...
- Para FranciscoMe da una patadaen el centro del ojo...
- Los días difícilesen la planta del pie me crece un...
- Para LucíaYo te dije: No sé porqué últimamente las...
- Andrea, 6 años:Hoy es el día viernes y los lápices...
- Soñé con una carta de amorQuerida. En el archipiel...
- Algunas cosas, dicen los sabios/Mary OliverAlgunas...
- Sin título
- Prosa 9/Mary OliverY cómo creías que iba a ser el ...
- Algunas preguntas que podrías preguntar/Mary Olive...
- Bob Dylan/1966Uno de nosotros tiene que saber (tar...
-
▼
septiembre
(11)
3 comentarios:
pido permiso, de visita por primera vez,acabo de leer esto y encantarme.
a mí la tristeza de una mala noche me pesa más en el viaje en ascensor y, todavía más, una vez adentro de casa.
como si después de estar con tanta gente y entre tanto ruido, el viaje de vuelta fuera un viaje hacia uno mismo.
a medida que uno avanza más adentro, se descubre más solo, y la mentira de una noche repleta se torna más evidente.
pero cuando te volvés a acordar las canciones, ya creciste y todo está más tranquilo. es mejor. ser grande es bueno, con todos los sentidos de grande adentro.
Publicar un comentario