jueves, abril 15

Tilos

Era el mes de las hojas:
cada diciembre una tila blanca, el olor en las ventanas-
y se acodaban para ver:
una hoja del sueño y en el sueño: una mujer
los hijos de los árboles en un brazo debajo
como un ala.
En el país donde crecían
la tierra estaba húmeda, la lluvia
se contaba en la lengua, en la palma de la mano.
Flores blancas, principios blancos también:
cuarenta y nueve años al pie de una raíz
que tenía en el fondo las escamas.
Del otro lado estaba el agua- la dársena donde corrían los hombres.
Llegaron en los barcos,
pusieron un pie blanco en la tierra y después:
todo era largas extensiones, largas horas con cartas a caballo-
Querido: te escribo con la última luz, cuando esta carta llegue…
Esperaban.
Las horas levaban como la harina blanca
y se hacían pan.
Los años por venir
se celebraban en el trigo, se ponían de noche
al borde de la cama para rezar.
Querido: cuando esta carta llegue será
primavera en la historia de los árboles, tendremos
palo a pique las piernas
formando el corral de la familia:
una piedra de clemencia para el tiempo,
las batallas blancas de la leche,
la corteza roída por amor a la tierra.
Ella dijo.
El árbol del aroma es el árbol del sueño.
Del suelo subía un perfume ligero
y se miró los pies:
un árbol le brotaba en el arco con una flor blanca
–en el sueño del tilo a ella
le crecían hojas en la axila y la flor en la planta,
caminaba sobre un colchón de flores–.
Una melodía simple
de voz y de piano llegó
con un viento del norte en una lengua extraña
y decía.
… en la frente del viento el tilo
cae sobre su propio pie: el corazón del árbol es un órgano
que no se parte sin el hacha. El corazón del hombre
es un bisel del mundo, una raíz.
El dijo.
El origen en la vereda del campo es fértil: un niño planta,
otro rama pelada y flor
de desnudez todavía. Las hojas que hagan la sombra
van a venir después. En el comienzo:
mundo sencillo de dos partes
árboles perennes los que no pierden las hojas
arboles caducos los que sí.
¿Y los niños?
Suaves:
un pulgar roído de pasarse la lengua.
Ella pensó y no dijo que los niños
de los árboles no tienen, no podrían tener,
raíces
y le salía una hoja
verde oscuro en la cavidad del brazo.
Ahora abría que armar una nueva
taxonomía para los niños:
seguir la curvatura del tronco, del pie, de los niños hirviendo el té
en el agua de su propio cuerpo.
Todavía quedaba por decir:
para los niños colgados de los árboles
hay un borde aserrado con un jardín de huérfanos y la intuición
para beber la rama de los dedos .
¿Dormirán, duermen, los niños de los tilos?
Es el tiempo de la caída de las hojas y todavía falta
el fin de enero, febrero completo y el principio de marzo.
Hace cinco veranos que no llueve.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buen texto, Valeria!!!!!!!!!!!Gracias por compartirlo...también me gustó el que sigue...porque a veces mi casa también es una caja de resonancias...Lula

Begoña Ugalde dijo...

Vale,me emociono tanto con tu escritura.
En el verano soñé que me salían tréboles de piel sobre la piel. Primero eran manchas de sol.
Esa imagen me rondó por casi un mes. No la comprendía.
Nos pertence.
Aunque más a tí.
besos!

Diego dijo...

es mi árbol favorito

Adrian Orellano dijo...

es maravilloso el poema este.. Me encantó. Saludos Valeria.

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