martes, mayo 4

nota escrita por manuel barrios el MARTES 4 DE MAYO DE 2010 para la diaria, montevideo

ADICTOS A LA ILUMINACIÓN

El espejo letrado



“Una literatura sin atributos” fue como nombró Juan José Saer, por mil novecientos ochenta, a la relación estética que el autor pactaba con la sociedad estimulado por las expectativas del público europeo. La exquisitez y anomalía de la literatura producida en Latinoamérica (presupuesta entre tema, estilo y forma), le recordaba a los frutos tropicales y materias primas que la metrópoli sustrajo de estos territorios para contentar a sus ciudadanos locales. Lo que no podía producir el clima europeo constituía el deseo de sus paladares, necesitados de frescura, inocencia y verdad. Posteriormente concluye: “todo escritor debe fundar su propia estética –los dogmas y las determinaciones previas debe ser excluidas de su visión del mundo.” La planificación estilística se aleja de los riesgos formales en la medida en que su ideología reivindica, aporta al discurso de un colectivo que encuentra en esa relación una alianza de poder con el mercado.

El debate civilización/barbarie, harto debatido por nuestra crítica, ha tenido en la literatura gauchesca una ideología que se encargó de generar su expresión genérica. Algo similar ocurre con la escritura producida por mujeres y el debate de género. Cuando el discurso poético asume una militancia de género el cuerpo se mercantiliza, la generación simbólica se extrae de sí. El autor habla sobre sí mismo esgrimiendo el testimonio de su alteridad.

Rural/urbano, civilización/barbarie, letrado/salvaje son los términos que anteceden a la crítica. Es lo dado, la estructura sobre la cual colocamos la máscara de la representación.

En 1967, Osvaldo Lamborghini escribió El Fiord, relato cuya escritura se aleja de la alegoría y la significación convencional, relato que ha sido leído usualmente como alegoría. En 1971, Marosa Di Giorgio publicó “La guerra de los huertos”, texto donde la batalla sobrepasa las divisas, excede la división, el entorno mismo convulsiona, los animales no refieren a una identificación instrumental sino que son ejes significativos, parte integrales de la guerra. En ambas obras lo rural es desprovisto de su expresión dual. La estructura se construye a partir de los comportamientos. Más que el comportamiento animal de los ciudadanos, o el comportamiento civilizado de los animales (otro binomio), ambas obras coinciden en que lo salvaje y lo letrado tienden hacia una integración en el infinito espacio. Salvaje y letrado conforman una misma máquina.

El Recreo


El Recreo, primer libro de Valeria Meiller, se inserta en la tradición viva de una nueva poesía en formación donde la literatura revisa diferentes agendas glocales. Existe una relectura fluvial del Paraná de Juan L. Ortiz y también del desposeimiento, lo que Saer figuró como una suplantación, un abuso que ejerce el lenguaje sobre la poesía, que es una materia primera. El lenguaje discrimina, la poesía recoge una tipo de espacio, una cierta naturaleza en estado crudo, como el cuerpo recibiendo su fin en el Hospital Británico de Hector Viel Temperley.

Al igual que Marosa y Lamborghini, Meiller instala máquinas deseantes que son entidades de sentido copulativas al interior de la poética. “Es un niño que no tiene padre./ Madre en el apuro, natural lo levanta entre las manos,/ lo pone cerca del pecho atado a un trapo./ No le importa que la gente diga, en el campo,/ que el misterio/ de su nacimiento es una deshonra. Atada/ al cordón nuevo, de la vida lo único/ que carga además de un cuerpo pequeño/ es una corona en la frente, como de flores.”

La poesía de Valeria Meiller relee el ahora y su serie con una visión que se escapa de lo inmediato en términos de juicio y remite a lo cotidiano con la extrañeza de su continua génesis. Los objetos se piensan en su relación instintiva, como si ellos guiaran el dominio de una voluntad. Lo familiar aterra por la máquina deseante que ejerce un feedback entre las manos y lo que ellas tocan, su necesaria implicación. Esta máquina deseante parece encontrar en el contexto rural su primer funcionamiento: “En el tambo todo se acumula,/ de las ubres a la manteca se hace/ de leche también la primera muela.”

Señala la autora: “Mientras escribía El Recreo, por ejemplo, revisité autores del siglo XIX, e incluso documentos legales muy viejos, de cuando empezaron a repartirse las tierras de la provincia de Buenos Aires después de la Campaña. Y el diálogo con esos materiales me pareció de lo más vivo, para nada arcaizante ni anacrónico.”
El Recreo es un territorio donde las intensidades dibujan trayectorias de base. El acto de creación antes desdice, borra, desanda. El acto de escribir manifiesta una intención transparente y la historia acumula su poder en la falta de expresividad emotiva. “Padre”, “Madre”, “Hijo”, no permiten una aproximación afectuosa, el libro no representa un simulacro de la vida, el libro es la no-vida, una actividad de la cavilación donde volvemos a aprender las categorías de la lengua. “No hay luz mala, hay luz…”

Según Meiller los poemas “iban apareciendo, tomaban su propia forma, y aquí y allá empezaban a aparecer personajes que reclamaban su autonomía e imponían su voz. Para que eso funcionara, el único verdadero requisito era volverse permeable a ellos y fui descubriendo que no si no intentaba forzar el poema hacia una idea, aparecían las imágenes.” Una vez trascendida la autoridad filial y la legitimidad de las instituciones las relaciones son liberadas del orden contractual. El pacto social se transforma en un arreglo, una vinculación de pactos menores donde la voluntad se reconoce como una fuerza supraindividual y genérica.

El binomio sujeto-trabajo se ilustra mediante un habla particular, constituyente y emancipada, donde las instituciones democráticas adquieren carácter agrario: “El primero de un sin límite transparente,/ [expansivo/ se prende de la rama, reza:/ por el retoño del hermano, una punta en blanco/el blanco de la procreación desbocada./ Voy a seguir naciendo de todos mis hijos/.En el estado natural, la religión es el hijo./ El parto en mil, diseminado/”

Estas máquinas deseantes se agencian en cuerpos de mujeres y hombres, como una posesión espiritual trasmitida por contagio entre los comportamientos animales-humanos, humanos-animales, de manera horizontal y prolífica. La poesía de Valeria Meiller, infectada al igual que la de Marosa di Giorgio, parecen escribir sobre un límite entre la familiaridad y la repoblación. Un límite entre la tierra y la propiedad privada.


Manuel Barrios

El libro salió simultáneamente en argentina y Uruguay. En Uruguay puede encontrarse en las librerías que distribuyen los libros de la editorial Cartonera La Propia (Pocitos Libros, La conjura, La lupa). También puede pedirse por Internet a la editorial argentina El fin de la noche, en su página: http://elfindelanoche.com.ar


publicado originalmente en La Diaria

lunes, mayo 3

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